jueves, 17 de noviembre de 2011

Diálogos. Escenificando a Galileo.

Esta vez se verían en la cafetería, la de siempre. El frío que ya comenzaba a arreciar impedía que fuera en su parque, del que tanto disfrutaban en verano.

Sagredo ya había preparado las tres sillas, aunque sabía que Simplicio no iba a dejarse ver, le encantaban este tipo de homenajes simples y cotidianos. Incluso se había adelantado pidiendo los dos cafés. Salviati no tardó en llegar:

-SALV: Muy buenas tardes, señor Sagredo.
-SAGR: Muy buenas, y más ahora que ha legado usted.

Salviati se apresuró a tomar asiento y a ejecutar su liturgia particular para endulzar su café. Casi inmediatamente Sagredo continúa.

-SAGR: Si algo le he llegado a conocer en estos largos años, esa tensión que claramente vislumbro en la comisura de sus labios me hace pensar que tiene usted ganas de contarme alguna cosa.
-SALV: Muchos años, si.. y no en balde, por lo que veo. Efectivamente tengo para contar.
-SAGR: Cuente usted primero, confieso que yo también tengo.
-SALV: Hoy a sido una mañana muy especial.
-SAGR: ¿Fue usted a la obra de teatro que comentamos?
-SALV: Si. Precisamente. He tenido el placer y el privilegio de poder asistir a un espléndido homenaje a quien nos puso nombre a usted y a mi.
-SAGR: ¿Galileo?
-SALV: Si... el señor Galilei, nuestro gran amigo. Desde el principio se sentía el amor hacia la persona y la obra que tanto bien nos ha hecho a todos.
-SAGR: No por casualidad dio el pistoletazo definitivo a la ciencia.
-SALV: Eso es. Se podía sentir como era su proceder, siempre rígido apoyando sus afirmaciones en demostraciones, en sus experimentos... en la realidad.
-SAGR: Para disgusto de quienes se sienten cómodos en lo establecido.
-SALV: Y para el suyo propio, como más tarde se demostró. Ridiculizaban, como lo hizo él, o más bien, como lo hacían quienes se empeñaban en defender una verdad establecida que quedaba en nada al chocar contra el muro de la verdad comprobada.
-SAGR: Que actual sigue siendo ese deleznable proceder.
-SALV: Mucho más de lo que nos merecemos, mucho más. Han dejado muy claro el delito cometido por la iglesia católica, en su juicio y en empeñarse en barrer debajo de la alfombra a la verdad científica.
-SAGR: Con la iglesia hemos topado.

Salviati permaneció unos instantes callado. Removía su café, y como de costumbre le gustaba mirar con atención el parecido entre la espuma dando vueltas en su taza y la forma de las galaxias espirales. Simplicio, conociéndole, no se extrañó lo más mínimo de su comportamiento. Después continuó, como si volviera a recuperar la consciencia:

-SALV: Para colmo han nombrado elocuentemente a Giordano Bruno y a su tan amada Hypatia.
-SAGR: Miel sobre hojuelas.
-SALV: Emocionante... como un sueño. Como si yo mismo, en un ataque de inspiración sin precedentes, hubiera sido capaz de imaginar mis deseos.
-SAGR: No se olvide del violinista. Los pelos de punta del sentimiento que emanaba en cada pieza que interpretaba. Aún resuenan en mi cabeza y en mi corazón.
-SALV: ¿Y como sabe usted eso, con tanto nivel de detalle?

Sagredo aguardó su respuesta unos segundos, en los que su cara de reproche dilucidaba por donde iba a ir.

-SAGR: No me diga que hoy también voy a tener que recordarselo, Salviati.
-SALV: Disculpe mi torpeza, amigo. ¿A que se refiere?
-SAGR: Sabe de sobra que usted y yo somos la misma persona, ¿Recuerda?
-SALV: ¡¡Ha, siiii!! esta cabeza mía, tanta intensa emoción me despegan de la realidad.

La tarde pasó ligera, sigilosa, como el vuelo de las aves cuando hay viento a favor. Siguieron conversando lardo y tendido, deleitándose recordando lo que ambos ya conocían.


Dedicado a quienes han participado en la obra "Diálogos de Galileo", dentro de la semana de la ciencia 2011, en la facultad de CC. Físicas de la UCM.



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